Por Lázaro Retta
Con esta canción estoy empezando a escuchar algo de Nirvana. Había escuchado algo alguna vez pero de manera pasajera, nunca me interesé, nunca me comprometí. Ahora siento que tengo un vínculo, porque me quemó el coco un tema que hacen en el Unplugged de Mtv. Lo pongo una vez, y cuando termina lo vuelvo a poner.
Solo escuché esa versión, todavía no me dediqué a revisar la de estudio; estoy enamorado de ésta, temo que la otra no me guste y se rompa el encanto por la canción. Aunque a decir verdad, la melodía me encanta, pero lo que me atrajo fue la letra. Cacé el estribillo medio al pasar y recurrí a Internet para conocerla en su totalidad, porque el amigo Curt tiene una pronunciación muy particular, y a veces no alcanzo a entenderlo.
Después me pasó algo raro porque leí por ahí que a Cobain no le había gustado hacer ese acústico, o mejor dicho, se había arrepentido. Cuentan que dicen que dijo que se sintió como que “se habían vendido por unos dólares” o algo así.
A mí el tema aún me gusta, porque tiene la hermosura de la nostalgia. No entiendo cómo lo nostálgico puede ser bello y tan bello; conjeturo que debe ser la forma en que gozan los pesimistas. Pienso que los pesimistas disfrutan cuando encuentran gente que evidentemente está triste y sufre, como sufren los pesimistas; y entonces sienten que si otro siente como sienten ellos, después de todo quizás no estén tan solos. De todas maneras el goce de la nostalgia no es jubiloso, es reflexivo. Es un alivio antes que una felicidad.
En mi obsesión recién estrenada, seguí buscando y aprendí que la canción El hombre que vendió el mundo, (y no al mundo), había sido compuesta por David Bowie y lanzada en 1971 en el disco homónimo. En el final de la versión acústica de Nirvana, Curt había citado al autor con palabras sinuosas y cavernosas, pero yo no le entendí. No dejaré que este sorpresivo cambio en la manera que tendré de concebir la canción interrumpa mi indagación de Nirvana. A lo sumo se abrirá en el camino la posibilidad de -en otro pico de susceptibilidad musical- escuchar más del inglés agudo y bien inglés de Bowie. Supongo no está tan mal.
Solo escuché esa versión, todavía no me dediqué a revisar la de estudio; estoy enamorado de ésta, temo que la otra no me guste y se rompa el encanto por la canción. Aunque a decir verdad, la melodía me encanta, pero lo que me atrajo fue la letra. Cacé el estribillo medio al pasar y recurrí a Internet para conocerla en su totalidad, porque el amigo Curt tiene una pronunciación muy particular, y a veces no alcanzo a entenderlo.
Después me pasó algo raro porque leí por ahí que a Cobain no le había gustado hacer ese acústico, o mejor dicho, se había arrepentido. Cuentan que dicen que dijo que se sintió como que “se habían vendido por unos dólares” o algo así.
A mí el tema aún me gusta, porque tiene la hermosura de la nostalgia. No entiendo cómo lo nostálgico puede ser bello y tan bello; conjeturo que debe ser la forma en que gozan los pesimistas. Pienso que los pesimistas disfrutan cuando encuentran gente que evidentemente está triste y sufre, como sufren los pesimistas; y entonces sienten que si otro siente como sienten ellos, después de todo quizás no estén tan solos. De todas maneras el goce de la nostalgia no es jubiloso, es reflexivo. Es un alivio antes que una felicidad.
En mi obsesión recién estrenada, seguí buscando y aprendí que la canción El hombre que vendió el mundo, (y no al mundo), había sido compuesta por David Bowie y lanzada en 1971 en el disco homónimo. En el final de la versión acústica de Nirvana, Curt había citado al autor con palabras sinuosas y cavernosas, pero yo no le entendí. No dejaré que este sorpresivo cambio en la manera que tendré de concebir la canción interrumpa mi indagación de Nirvana. A lo sumo se abrirá en el camino la posibilidad de -en otro pico de susceptibilidad musical- escuchar más del inglés agudo y bien inglés de Bowie. Supongo no está tan mal.
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