26/8/08

Instrucciones para llorar

Julio Cortázar, "Historias de cronopios y de famas"

Instrucciones para llorar. Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente. Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca. Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos.

Recuerdos

Recuerdos que no son míos, nunca lo serán... y sin embargo, no puedo evitar tener.
Será posible...
Será que esta tristeza que me invade hoy se debe a que ya no estás en el mismo mundo que yo,a que tus muchas ideas, palabras, risas... a tu voz que logra calmarme hasta un punto inexplicable, nunca será parte de mi vida más que por tus libros y discos...
Será la melancolía irremediable de sentirte tan sólo a través de Oliveira, de ese tal Lucas, de las esperanzas (¿querrás decirme algo?), de tus instrucciones (que parecen intentar lograr que entienda que el mundo puede llegar a ser tan complicado que requiero de una hoja firmada por vos para comprender cómo subir una escalera), de un librito tuyo para querer saber cómo es Nicaragua, todos tus escritos leídos por vos para aprender a hablar en francés, de Rayuela para desear ser una bohemia inocente e ingenua que, sin tener para comer, vea morir a su bebé sin poder impedirlo y lo único que ame, además de a él, sea a vos...
Si, es.
Mi melancolía de hoy es por cómo te quiero, sin haberte visto ni una vez...
Será que sos mi ideal, pues sé que jamás podré alcanzarte... condición indispensable para amarte como a nadie...
Nunca veré en vos lo que tanto deseo ver... tal vez sea eso, precisamente, lo que me mantenga a tu lado para siempre...
A Julio Florencio Cortázar, argentino nacido en la embajada argentina de Bruselas un 26 de agosto, 94 años atrás. Medio de acá, medio de allá, medio de otros lugares.
Y si, completa y necesariamente platónico, para que mi psicóloga se dé un festín analizándome.
Y ustedes, ni hablar...

22/8/08


THE MAN WHO SOLD THE WORLD

We passed upon the stair, we spoke in was and when
Although I wasn't there, he said I was his friend
Which came as a surprise, I spoke into his eyes
I thought you died alone, a long long time ago

Oh no, not me
We never lost control
You're face to face
With The Man Who Sold The World

I laughed and shook his hand, and made my way back home
I searched for a foreign land, for years and years I roamed
I gazed a gazeless stair, we walked a million hills
I must have died alone, a long long time ago

Who knows? Not me
I never lost control
You're face to face
With the Man who Sold the World

Who knows? not me
We never lost control
You're face to face
With the Man who Sold the World

David Bowie

El hombre que vendió el mundo

Nosotros pasábamos por la escalera, hablábamos en era y cuando
Aunque yo no estaba ahí, él dijo que yo era su amigo,
lo que vino como una sorpresa, hablé en sus ojos:
“Pensé que habías muerto solo, hace mucho, mucho tiempo…
“¡Oh no!, yo no;yo nunca perdí el control.
Estás cara a cara……con el hombre que vendió el mundo”

Reí y sacudí mi mano, también hice mi camino.
Busqué en tierras extranjeras, por años y años yo vagué
Contemplé tu mirada, caminamos millones de colinas.
Debí morir solo, hace mucho, mucho tiempo…

¿Quién sabe? Yo no, Yo nunca perdí el control

Pequeñas satisfacciones pesimistas

Por Lázaro Retta
Con esta canción estoy empezando a escuchar algo de Nirvana. Había escuchado algo alguna vez pero de manera pasajera, nunca me interesé, nunca me comprometí. Ahora siento que tengo un vínculo, porque me quemó el coco un tema que hacen en el Unplugged de Mtv. Lo pongo una vez, y cuando termina lo vuelvo a poner.
Solo escuché esa versión, todavía no me dediqué a revisar la de estudio; estoy enamorado de ésta, temo que la otra no me guste y se rompa el encanto por la canción. Aunque a decir verdad, la melodía me encanta, pero lo que me atrajo fue la letra. Cacé el estribillo medio al pasar y recurrí a Internet para conocerla en su totalidad, porque el amigo Curt tiene una pronunciación muy particular, y a veces no alcanzo a entenderlo.
Después me pasó algo raro porque leí por ahí que a Cobain no le había gustado hacer ese acústico, o mejor dicho, se había arrepentido. Cuentan que dicen que dijo que se sintió como que “se habían vendido por unos dólares” o algo así.
A mí el tema aún me gusta, porque tiene la hermosura de la nostalgia. No entiendo cómo lo nostálgico puede ser bello y tan bello; conjeturo que debe ser la forma en que gozan los pesimistas. Pienso que los pesimistas disfrutan cuando encuentran gente que evidentemente está triste y sufre, como sufren los pesimistas; y entonces sienten que si otro siente como sienten ellos, después de todo quizás no estén tan solos. De todas maneras el goce de la nostalgia no es jubiloso, es reflexivo. Es un alivio antes que una felicidad.
En mi obsesión recién estrenada, seguí buscando y aprendí que la canción El hombre que vendió el mundo, (y no al mundo), había sido compuesta por David Bowie y lanzada en 1971 en el disco homónimo. En el final de la versión acústica de Nirvana, Curt había citado al autor con palabras sinuosas y cavernosas, pero yo no le entendí. No dejaré que este sorpresivo cambio en la manera que tendré de concebir la canción interrumpa mi indagación de Nirvana. A lo sumo se abrirá en el camino la posibilidad de -en otro pico de susceptibilidad musical- escuchar más del inglés agudo y bien inglés de Bowie. Supongo no está tan mal.

Título
“El Silencio”

Autor
Horacio Verbitsky

Editorial Sudamericana

Año
2006


Síntesis argumental
En el libro “El silencio”, el periodista Horacio Verbitsky lleva adelante el relato de la profunda división existente hacia adentro de la Iglesia Católica durante gran parte del siglo XX en Argentina; y particularmente su incidencia en ciertos hechos de la dictadura militar de 1976.
A través de dicha narración detalla el conocimiento y connivencia del secretario del Vicariato General castrense, el cardenal Emilio Teodoro Graselli con los acontecimientos que tenían lugar en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) durante el gobierno de facto.
El libro comienza con la descripción del traslado de dos grupos de detenidos de la ESMA a una isla del Tigre denominada “El Silencio” en septiembre de 1979. Dicha traslación se debió a la necesidad del gobierno militar de invitar a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), por presión del presidente de los Estados Unidos James Carter, para desmentir los rumores existentes acerca de detenciones, desapariciones y torturas bajo el mandato de la Cúpula Militar.
Luego de esta introducción, el autor narra la experiencia de Graciela Beatriz Daleo, una militante montonera detenida y secuestrada en el Centro Clandestino de Detención que funcionaba en la ESMA.
A través de su historia puede verse reflejado el programa de “reeducación” que pusieron en marcha los militares en 1977 para evitar asesinar a todos los detenidos. Este proceso incluía visitas psicológicas y sociológicas para intentar, en palabras del capitán de fragata Jorge alias el Tigre Acosta: “convertirlos en agentes de inteligencia propios que contribuyeran a terminar rápidamente la confrontación”.
Así mismo, el testimonio de Daleo revela la participación de monseñor Graselli junto a los miembros del grupo de tareas de la ESMA en la reeducación de los secuestrados. El paso final de dicho proceso era la devolución de las víctimas a la sociedad, en la mayoría de los casos mediante su viaje y radicación en el exterior. Emilio Graselli era quién tramitaba las visas de los “recuperados” para que éstos pudieran viajar.
Luego de estos tres capítulos, Verbitsky relata, a grandes rasgos, la vida de Graselli: cómo decidió convertirse en cura y cómo llegó a ocupar el cargo de secretario del Vicariato General castrense, gracias al favor del, por entonces, arzobispo de Buenos Aires, vicario castrense, primado de la Argentina, profesor doctor Antonio, cardenal Caggiano.
Un capítulo es dedicado a la descripción de la Ciudad Católica, una organización que trajo consigo la “doctrina de la guerra contrarrevolucionaria, la técnica de la tortura y el fundamento dogmático tomista”. Ésta fue creada dentro de las Fuerzas Armadas de Francia como respuesta a la amenaza del comunismo.
Cuando Charles De Gaulle desbarató la organización secreta que integraban los miembros de la Ciudad Católica -la clandestina Organización del Ejército Secreto (OAS por sus siglas en francés)- su capellán, Georges Grasset pactó con el capitán de corbeta Federico Lucas Rousillon la protección del gobierno de la Argentina a cambio de que dictara una serie de conferencias acerca de la lucha “antisubversiva” para los militares de la época. Grasset aceptó ser asesor de ese programa de adoctrinamiento.
Tanto el cardenal Antonio Caggiano como monseñor Emilio Grasselli, compartían las ideas de la Ciudad Católica y, por ende, las técnicas aplicadas por la dictadura de 1976.
Luego se describe la complicidad de la Iglesia con los militares, la cual aprovechaba la excusa de subversión para deshacerse de aquellos eclesiásticos que compartían las ideas de la “teología de la liberación”.
Así narra el secuestro de dos sacerdotes jesuitas, Orlando Yorio y Francisco Jalics, luego de serles prohibido dictar misa por el arzobispo de Buenos Aires Juan Carlos Aramburu y aconsejados por Jorge Mario Bergoglio de que dejaran de alfabetizar en las villas.
En los capítulos siguientes, Verbitsky detalla las situaciones similares que experimentaron varios familiares de secuestrados que iban a consultar a Grasselli en busca de información sobre las víctimas de los grupos de tareas.
El secretario del Vicariato General castrense les pedía los nombres y, al cabo de un tiempo, les informaba acerca del destino de esas personas.
“El silencio” relata los detalles que conocía Grasselli con respecto a las actividades de tortura que tenían lugar en la ESMA.
Finalmente se detalla una práctica de los militares de extorsionar a sus víctimas con las propiedades que éstas poseían, obligándolas a transferirlas a los militares mediante operaciones fraudulentas.
La última de estas operaciones que detalla Verbitsky es la compra de la isla “El silencio” por parte del grupo de tareas de la ESMA utilizando el DNI de uno de sus “reeducados”, Marcelo Camilo Hernández, a monseñor Emilio Teodoro Grasselli.
Ese lugar fue destinado a resguardar a los últimos secuestrados que poseía la ESMA en 1979, para no ensuciar el montaje preparado para la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).

El Coraje

En El Banco le pidieron que reparara una picana eléctrica. Villani se negó, hasta que comprobó el estado en que quedaban los presos torturados con un transformador Varivolt conectado a la línea de 220.
Ese instrumento era muy dañino, producía quemaduras profundas, cuyo efecto Villani vio en la piel de otros detenidos.
Al cabo de un par de meses pidió que le trajeran la picana, que él la repararía.
Sin que lo advirtieran le colocó un capacitor de menor valor que el original, que transmitía menos energía

Mario Villani, ex detenido-desaparecido. Citado por Horacio Verbitsky en “El Silencio”.

La Verdad

“Un día Niño entró en su celda y le mostró un diario. En la portada se veía a un policía del sha de Irán, perseguido por un grupo de mujeres que pugnaban por arrancarle el uniforme.
- ¿A usted le parece que esto sería posible aquí? – preguntó Niño
- Si usted me pregunta si es posible que una turba los corra a ustedes por la calle, yo le diría que no lo creo – comenzó el prisionero-. Si lo que quiere saber es si alguna vez les pedirán cuentas, mi opinión es que sí.
- ¿Cree que habrá algún tipo de juicio?
- Sí
- Si hubiera un juicio, ¿usted declararía?
Si mentía y Niño se daba cuenta, perdería su confianza. Si decía la verdad podía enfurecerlo.
- Sí – respondió.
- ¿Y qué diría? – se demudó Niño
- La verdad
- ¿Diría que no me gusta torturar?
- Sí
Por un instante, el subibaja del poder se equilibraba.
- ¿Diría que cuando estoy de guardia de inteligencia me encierro en mi camarote y apago la luz?
- Sí
- ¿y que no contesto cuando me llaman para que crean que no estoy y otro interrogue a los prisioneros recién llegados?
- Lo diría porque es la verdad. Pero también contaría a quiénes sí torturó – concluyó el prisionero.”

Extraído de una entrevista citada por Horacio Verbitsky en "El silencio". El ex detenido-desaparecido demandó el anonimato de su nombre.

La palabra

Por Celeste Lucca
Cómo podría intentar expresar con palabras la sensación…
Temblar por dentro, que se erice hasta el último cabello de la base de mi nuca; que necesite contener la respiración, cerrar los ojos y permitirle a las lágrimas vencer las barreras de mis párpados…
Un llanto solapado, lento y anónimo.
Uno más que busca (¿inútilmente?) que tantas aberraciones no hayan sucedido…
Un llanto que grita perdón sin emitir sonido alguno…
Perdón pues tanto dolor fue causado por personas a las que no puedo evitar sentir parte de mí… por ser parte del pasado que, inevitablemente, me ha formado…
Perdón pues ellos fueron la personificación misma, la demostración viviente de que poseemos en nuestro interior lo mejor y lo peor de la humanidad…
Perdón pues asesinaron a otros que no fueron míos, pero lo son y lo serán para siempre…
Perdón pues se arrepintieron… y demasiado tarde…
Perdón pues no se arrepintieron nunca…
Perdón pues pervirtieron a tantas personas a las que sin llegar a comprender por qué, nunca podré dejar de amar… y su dolor, sus marcas, sus gritos, su lucha, sus vidas… sus muertes me hacen quién soy…
A pesar de no considerar justo expresar estas atrocidades con palabras, lo hago.
Si callamos, no luchamos… nos volvemos cómplices.

NUNCA MÁS