18/12/08

El sol

De Eduardo Galeano, en "Bocas del Tiempo"

En algún lugar de Pennsylvania, Anne Merak trabaja como ayudante del sol.
Ella está en el oficio desde que tiene memoria. Al fin de cada noche, Anne alza sus brazos y empuja al sol, para que irrumpa en el cielo; y al fin de cada día, bajando los brazos, acuesta al sol en el horizonte.
Era muy chiquita cuando empezó esta tarea, y jamás ha faltado a su trabajo.
Hace medio siglo, la declararon loca. Desde entonces, Anne ha pasado por varios manicomios, ha sido tratada por numerosos psiquiatras y ha engullido muchísimas pastillas.
Nunca consiguieron curarla.
Menos mal.

Las trampas del tiempo

De Eduardo Galeano, en "Bocas del Tiempo"

Sentada de cuclillas en la cama, ella lo miró largamente, le recorrió el cuerpo desnudo de la cabeza a los pies, como estudiándole las pecas y los poros, y dijo:
-Lo único que te cambiaría es el domicilio.
Y desde entonces vivieron juntos, fueron juntos, y se divertían peleando por el diario a la hora del desayuno, y cocinaban inventando y dormían anudados.
Ahora este hombre, mutilado de ella, quisiera recordarla como era. Como era cualquiera de las que ella era, cada una con su propia gracia y poderío, porque esa mujer tenía la asombrosa costumbre de nacer con frecuencia.
Pero no. La memoria se niega. La memoria no quiere devolverle nada más que ese cuerpo helado donde ella no estaba, ese cuerpo vacío de las muchas mujeres que ella fue.

17/12/08

Otros nos



Por Sofía Bartoli De Palma




No hay detrás de estas palabras la idea de un cuento rosa. Son sensaciones hermosas que se buscan compartir, expresar, agradecer, no más que eso.
Nada de lo que imaginé se condice con este momento, replicó. Lo real no tiene nada que ver con lo que pude haber imaginado, era otra cosa, agregó. Y es cierto. A veces uno idealiza situaciones, busca siempre hacerlo, eso hace bien en algunos casos, ir por más. Pero ¿cuando ya no se quiere ir por más? Cuando lo simple, lo de hoy, lo de ayer, lo de ese fin de semana vale más que pensar en un lindo futuro. Cuando se está harto de soñar y de que esos sueños caigan despedazados por alguna nube negra más espesa. Cuando los sentimientos no son los sueños color de rosa sino los momentos bonitos más inoportunos. ¿Qué se hace?
¿Qué hace uno cuando siente que la felicidad la encuentra en pedacitos de tiempo, y que esos pedacitos pueden o no formar parte de una línea larga futura, pero que eso no quita el sueño? ¿Dejamos todo y nos encerramos porque la gente no concibe como cuerdas a las personas sin sueños? ¿Sin sueños? (Cele, ¿no tengo sueños? ¿Las personas maduran pero no sueñan?, ¿entonces no maduré y te equivocaste?)
Me pregunto, mientras miro. Te miro.
Miro como la abrazás, como a una fiel compañera. Lo es. Tus movimientos son bruscos pero acertados, tus párpados no se abren, pero sabés que estoy ahí y eso no te inquieta. Los abrís y efectivamente la imagen es real. No te molestás. Está bien, la charla es amena. Las conversaciones interminables. No se habla del futuro. El diálogo es hoy, las palabras del ayer, pero no hay mañana porque no se busca. Si lo quisiéramos, seguro que lo encontraríamos, pero no es el caso. No es el momento, aún.
Aún no.
Pero eso hermoso, esa tranquilidad se percibe a través de los rayos de sol que entran por aquel balcón que tantas lunas vio salir con las persianas abiertas. El calor entibia pero no agobia. Te acompaño, ¿vamos?
Y el saludo fue un hasta otro momento de comodidad, a veces en silencio, nose si habrá un mañana repentino y desesperante. No lo sé pero tampoco quiero saberlo, no es mi idea, no es la tuya. Es hoy, fue ayer. No necesita un mañana.

9/12/08

¿ Y los derechos del niño ?


Por Cristian Molina



“Iba un niño de once años solamente.
Mendigando unas monedas pa poder sobrevivir,
Abandonado por la suerte y la madre que lo trajo,
como quien ha entrado al mundo un mártir para sufrir…”
Carlos Ramón Fernández



Entre las monedas de cinco, diez y cincuenta centavos la recaudación del día alcanzaba los cuatro pesos. Mauricio y Rocío contaban una a una las monedas que habían obtenido en el caluroso mediodía platense. La temperatura oscilaba los 30º y los hermanitos ayudaban a los pasajeros a subir al taxi a cambio de unos pocos centavos que para ellos significan mucho, significa comprar el pan o la leche para sus hermanos.

La transitada esquina de 12 y 54 de la ciudad de La Plata, es el lugar elegido por estos niños que a diario, piden monedas para llevar a sus hogares. Mauricio con una descolorida remera de Boca y su hermana Rocío vestida con pollera de jeans y remera violeta no pueden disfrutar de los juegos y de la diversión como cualquier niño de su edad.

La escuela se transformó en el espacio donde todos los mediodías reciben un plato de comida en el comedor. No pueden disfrutar de los juegos de una plaza porque todas las tardes deben salir a “cartonear” junto a su madre que se encuentra a cargo de los 4 hijos, con un esposo que los abandonó.

“Venimos a esta esquina cuando salimos del comedor de la escuela y nos quedamos hasta las cuatro de la tarde que nos pasa a buscar mi mamá”, cuenta detalladamente Mauricio, de ocho años ante la mirada atenta de su hermana.

De lunes a sábados, estos niños buscan una salida a la cruda realidad que les toca vivir, alejados de una infancia llena de juegos, educación y salud digna.

La mirada de los transeúntes se estaciona sobre los niños cada vez que les piden una moneda. “No tengo, pibe”, “Salí”, “Basta, Basta” son algunas de las frases que recaen sobre estos hermanitos que, a pesar de su corta edad, reconocen la discriminación que sufren por parte de algunas personas.

En un contexto social muy pobre, de exclusión y marginación, los sueños y esperanzas de estos niños se diluyen en el camino. Mauricio cursa 2 grado y Rocío cuarto, entre ambos y pese a la timidez de la ocasión, manifiestan que “hace como cuatro meses que venimos a trabajar con los taxis a esta esquina porque nuestra mamá estudia acá cerca”.

La situación que atraviesan los hermanos se repite cotidianamente en las distintas esquinas de la ciudad donde se observa a chicos vendiendo flores, estampitas, lapiceras o limpiando los vidrios de los coches.

Lejos sí; de un futuro claro con educación y salud y haciendo valer su derecho como niño a “ser protegido contra toda forma de abandono, crueldad y explotación”.