Por Lázaro Retta
“Preguntad a la jaula qué piensa del ala.
Os contestará: el ala es la rebelión”
Víctor Hugo
Siempre es bueno comenzar con la cita de un filósofo francés cuando uno es un “intelectual”. Sobre todo cuando su metáfora poética sirve para comprender algunas conductas sociales.
Interesa en particular la reacción de los medios masivos de comunicación ante el debate público a cerca de temas como Ley de radiodifusión, observatorio de medios, grupo Clarín y Papel Prensa. Cabe aclarar que ninguno de dichos debates hubiese alcanzado el status de “público” si eso dependiera de los propios multimedios. Solo la mención de esos temas en la Cadena Nacional, el canal estatal, algún canal de cable perdido y alguna que otra radio hicieron posible tal condición, y solo por un período de tiempo breve.
Sucede lo que afirma Nicolás Casullo en su artículo Una nueva vieja historia: “El regreso del tema (de los medios como objeto de análisis) en el propio mundo de la cultura aparece como “sorpresa”, o gesto “autoritario”, o lesionante de idea mítica de “libertad de prensa” como coro empresarial asumido por un nuevo intelecto conservador”.
Preguntad a la jaula
Según la corriente funcionalista (a través de autores como Lazarsfel y Merton), los medios masivos desarrollan actividades cuya consecuencia es el desempeño de funciones sociales homeostáticas. Una de esas funciones es la de conferir status. En la cotidianeidad de la circulación de noticias, los medios se ocupan de determinadas personas, instituciones o temas, a los que les asigna un status, visibilidad y (o) prestigio. Pero como afirma Heriberto Muraro –citado por Casullo- los noticieros de los medios masivos “mutilan y retocan las noticias, al tiempo que aparentan no tomar posición política”.
Dado que como los temas “calientes” como Ley de radiodifusión, Observatorio, etc., entraron a los medios por la puerta de atrás, (o sea, atentando contra los intereses de la difusión de ideología conservadora), el status que se les confiere es inverso al prestigio que se le otorga a otras cuestiones. Entonces el Observatorio de Medios es autoritario, y la Ley de Radiodifusión atenta contra la libertad de prensa.
Yo amo a la TV
¿Los medios hablan de los medios solo cuando tienen que salir a proteger sus intereses empresariales? No sería del todo acertado responder afirmativamente, pero sucede que el discurso autorreferencial no escapa a la lógica de construcción de la Industria Cultural.
Según Adorno y Horkheimer, (dos de los exponentes más importantes de la Escuela de Frankfurt), la Industria Cultural implica la producción, distribución y consumo de tipo industrial de la cultura. Esto deriva en una estandarización que inhibe la reflexión, promueve la repetición de las fórmulas del éxito, fomenta el conformismo y reconcilia a los consumidores de medios con el status quo. Incluso se apropia –para banalizarlo- del derecho a criticar. En este sentido operan (por ejemplo) algunos programas de televisión.
La televisión –que es cultura- se escuda de críticas reservándose el derecho a criticar. Y para ello desenfunda una gama de programas autorreferenciales que parecen apuntar a hacer visibles sus falencias. Pero están inmersos en la lógica de la Industria Cultural.
Esto se evidencia en programas de todo tipo; desde los del estilo de “Nosotros también nos equivocamos”, (nieto o bisnieto del “Perdona nuestros pecados” de Raúl Portal), donde se dice que la TV se equivoca, pero solo en cuestiones insignificantes, hasta el Paladín de la justicia audiovisual: Televisión Registrada, que parece que sí, (incluso engañó a unos cuantos), pero no. No es menor el hecho de que el invitado semanal, que generalmente alaba a los anfitriones, sea un personaje del mundillo de la farándula.
Claro que eso es sólo lo que aduciría un adepto a la teoría de la Industria Cultural. Un seguidor de Charles Wright sería menos apocalíptico, y afirmaría que esos programas no existen para confundir, distraer y alienar, sino para entretener. Otros no verían allí ninguna diferencia.
Memoria Selectiva
Afirma Casullo que el olvido temático de los medios masivos es una de las formas de la barbarie cultural que se padece. Porque pareciera que “el litigio sobre los medios parte hoy de un precario punto cero. Como si careciese de todo antecedente. No porta biografía.”
Así, las cuestiones que los comprometen son deliberadamente olvidadas por los medios. Pero el mayor problema reside en que cuando -de alguna manera- ciertos teman alcanzan la primera plana, no pasará mucho tiempo hasta que la Industria Cultural haga de los debates un chismerío, de las ideas meras ocurrencias, de lo complejo lo simple. De donde había algo, que no haya nada.
La Industria Cultural y el olvido temático operan complementariamente. Son cómplices de un crimen masivo: la primera mata, el segundo hace desaparecer el cuerpo.
Os contestará: el ala es la rebelión”
Víctor Hugo
Siempre es bueno comenzar con la cita de un filósofo francés cuando uno es un “intelectual”. Sobre todo cuando su metáfora poética sirve para comprender algunas conductas sociales.
Interesa en particular la reacción de los medios masivos de comunicación ante el debate público a cerca de temas como Ley de radiodifusión, observatorio de medios, grupo Clarín y Papel Prensa. Cabe aclarar que ninguno de dichos debates hubiese alcanzado el status de “público” si eso dependiera de los propios multimedios. Solo la mención de esos temas en la Cadena Nacional, el canal estatal, algún canal de cable perdido y alguna que otra radio hicieron posible tal condición, y solo por un período de tiempo breve.
Sucede lo que afirma Nicolás Casullo en su artículo Una nueva vieja historia: “El regreso del tema (de los medios como objeto de análisis) en el propio mundo de la cultura aparece como “sorpresa”, o gesto “autoritario”, o lesionante de idea mítica de “libertad de prensa” como coro empresarial asumido por un nuevo intelecto conservador”.
Preguntad a la jaula
Según la corriente funcionalista (a través de autores como Lazarsfel y Merton), los medios masivos desarrollan actividades cuya consecuencia es el desempeño de funciones sociales homeostáticas. Una de esas funciones es la de conferir status. En la cotidianeidad de la circulación de noticias, los medios se ocupan de determinadas personas, instituciones o temas, a los que les asigna un status, visibilidad y (o) prestigio. Pero como afirma Heriberto Muraro –citado por Casullo- los noticieros de los medios masivos “mutilan y retocan las noticias, al tiempo que aparentan no tomar posición política”.
Dado que como los temas “calientes” como Ley de radiodifusión, Observatorio, etc., entraron a los medios por la puerta de atrás, (o sea, atentando contra los intereses de la difusión de ideología conservadora), el status que se les confiere es inverso al prestigio que se le otorga a otras cuestiones. Entonces el Observatorio de Medios es autoritario, y la Ley de Radiodifusión atenta contra la libertad de prensa.
Yo amo a la TV
¿Los medios hablan de los medios solo cuando tienen que salir a proteger sus intereses empresariales? No sería del todo acertado responder afirmativamente, pero sucede que el discurso autorreferencial no escapa a la lógica de construcción de la Industria Cultural.
Según Adorno y Horkheimer, (dos de los exponentes más importantes de la Escuela de Frankfurt), la Industria Cultural implica la producción, distribución y consumo de tipo industrial de la cultura. Esto deriva en una estandarización que inhibe la reflexión, promueve la repetición de las fórmulas del éxito, fomenta el conformismo y reconcilia a los consumidores de medios con el status quo. Incluso se apropia –para banalizarlo- del derecho a criticar. En este sentido operan (por ejemplo) algunos programas de televisión.
La televisión –que es cultura- se escuda de críticas reservándose el derecho a criticar. Y para ello desenfunda una gama de programas autorreferenciales que parecen apuntar a hacer visibles sus falencias. Pero están inmersos en la lógica de la Industria Cultural.
Esto se evidencia en programas de todo tipo; desde los del estilo de “Nosotros también nos equivocamos”, (nieto o bisnieto del “Perdona nuestros pecados” de Raúl Portal), donde se dice que la TV se equivoca, pero solo en cuestiones insignificantes, hasta el Paladín de la justicia audiovisual: Televisión Registrada, que parece que sí, (incluso engañó a unos cuantos), pero no. No es menor el hecho de que el invitado semanal, que generalmente alaba a los anfitriones, sea un personaje del mundillo de la farándula.
Claro que eso es sólo lo que aduciría un adepto a la teoría de la Industria Cultural. Un seguidor de Charles Wright sería menos apocalíptico, y afirmaría que esos programas no existen para confundir, distraer y alienar, sino para entretener. Otros no verían allí ninguna diferencia.
Memoria Selectiva
Afirma Casullo que el olvido temático de los medios masivos es una de las formas de la barbarie cultural que se padece. Porque pareciera que “el litigio sobre los medios parte hoy de un precario punto cero. Como si careciese de todo antecedente. No porta biografía.”
Así, las cuestiones que los comprometen son deliberadamente olvidadas por los medios. Pero el mayor problema reside en que cuando -de alguna manera- ciertos teman alcanzan la primera plana, no pasará mucho tiempo hasta que la Industria Cultural haga de los debates un chismerío, de las ideas meras ocurrencias, de lo complejo lo simple. De donde había algo, que no haya nada.
La Industria Cultural y el olvido temático operan complementariamente. Son cómplices de un crimen masivo: la primera mata, el segundo hace desaparecer el cuerpo.
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